Cruzando el cielo, pintando nuestros cuerpos, rozando el frío, cayendo. Esquivando, escribir sin pensarlo. Lo que nos hace seguir. Un compás, una forma de que todas las piezas encajen. Una, dos, tres en raya. Localiza el núcleo, atraviésalo. Tú dejas al aire sin aliento. Tú hiperactivizas al speed y haces que el cielo se adapte a tu forma. El mundo gira demasiado despacio. No sincroniza con el ritmo de mis latidos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Espectáculos de magia a principios de mayo.

Hizo una reverencia, los niños aplaudieron entusiasmados mientras hacían comentarios sobre una inexistente, y falsa rama de la ingenuidad; la magia. Sonriendo, y pretendiendo proseguir con el siguiente truco, mandó callar a los presentes.
-Ahora, necesito un voluntario que ayude a seguir con la función. - hizo que buscaba con la mirada algún ayudante perfecto entre todos los niños, que levantaban sus manos pidiendo pisar el escenario, y señaló al azar. - ¡Tú! Suba usted, señorito. ¿Cuál es su nombre?
- Sebastián, Señor Mago.
-¡Muy bien, Sebastián! Pues, lo que tiene que hacer usted... - dijo señalando su chistera. - es decirme cualquier aquella cosa que quiera que aparezca dentro de mi sombrero.
-¿Y aparecerá?
-¡Solo si hay suerte...!
-Pues verá, Señor Mago. Es una pregunta complicada la que usted me esta pidiendo que conteste. Pedirle que sacara un conejo blanco o cien palomas mensajeras, sería, a la par que muy típico, muy rebuscado. Ya que con mis pocos, que no inválidos, conocimientos, puedo asegurarle que debido a la relación entre espacio y masa que contendría, sería ilógico, descabellado e imposible que pudiera efectuar su, no dudo que brillante, truco. Por lo tanto tendría que pedirle que sacara de su chistera algo de reducida dimensión, nunca mayor que el espacio que podría contenerlo, pero eso no tendría más misterio que haber depositado horas antes aquel objeto, y sacarlo ahora bajo el asombro del público. Así que, descartando cualquiera de las dos opciones, podría pedirle que sacara algo imposible de sacar, con lo que podría demostrar en ese mismo momento, la inexistencia de la materia que practica. Algún ente abstracto como puede ser la inocencia, la incredulidad, o, en qué mejor momento, la mismísima magia.

-Veo que usted no cree en la magia, Sebastián.
-Y no solo eso, Señor Mago, si no que pienso que usted tampoco, y no pretendo ofenderle.


Bajo el absoluto silencio de todos aquellos niños, la gran mayoría menores que Sebastián, el Señor Mago observaba al chico sin ningún tipo de frustación en su mirada. Rebuscó en los bolsillos de su chaqueta negra, no muy elegante, sin resultados en su búsqueda.
-Vaya, no encuentro mi pañuelo. Sebastián... ¿podría comprobar que no está en el fondo de mi chistera, por favor?
-Como usted desee. - Sebastían rebuscó en el sombrero, sin éxito alguno. - Quizás se lo haya olvidado en alguna parte, Señor Mago, porque aquí no hay ningún pañuelo blanco.
-Oh, sí, sí. Recuerdo perfectamente haberlo dejado ahí...
-Con todos mis respetos, Señor Mago, es imposible que se halle aquí.
-Y, con todos mis respetos, Sebastián, quizá es que usted no sea capaz de encontrarlo...¿Alguno de los presentes cree que puede?

Una decena de niños levantó la mano, esperando ser los elegidos para probar suerte.
-Usted, la señorita del vestido verde. - El mago le quitó a Sebastián la chistera y se la dió a la niña. - ¿Cómo se llama usted?
-Marta, Señor Mago.
-¡Muy bien, Marta! ¡A ver si tú tienes suerte!

 Y la niña de verde, sin ningún esfuerzo, sacó un pequeño pañuelo blanco de dentro del sombrero. Se lo dio sonriente al mago y se bajó del escenario, dejando suspendido en el aire una mezcla de incredulidad, inocencia y, en qué mejor momento, magia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario