Cruzando el cielo, pintando nuestros cuerpos, rozando el frío, cayendo. Esquivando, escribir sin pensarlo. Lo que nos hace seguir. Un compás, una forma de que todas las piezas encajen. Una, dos, tres en raya. Localiza el núcleo, atraviésalo. Tú dejas al aire sin aliento. Tú hiperactivizas al speed y haces que el cielo se adapte a tu forma. El mundo gira demasiado despacio. No sincroniza con el ritmo de mis latidos.

jueves, 26 de agosto de 2010

Ni incógnitas, ni razonamientos.

Sexo, arte y sonreir. No hay nada más en mi vida. Y esto lo supera. No va a ser un texto perfecto, no voy a jugar con las palabras. He escrito mucho sobre Villalibre de Somoza, y todo el mundo entiende que es un pueblo, que no tiene nada en particular, que me encanta ver las estrellas tumbada en su suelo. Todo el mundo me ha oído decir su nombre y sonreir. Pero no saben cuánto puedo llegar a enamorarme de su suelo.

Entre la espada y la pared. Me cuestionan.
No vuelvas a pasarte por Madrid. Quédate muda. Sorda, manca, incluso ciega. Quédate sin ellos, sin tu música, sin tu nombre. No vuelvas a correr, no vuelvas a respirar, a comer, a beber, querer. No volverás a hacer pequeñas cosas que te gustan, como observar las nubes cambiar de color, como follar, como fumar o dormir. No volverás a esconderte en un edredón en invierno, a jugar al mus, a escribir, a pintar paredes, a jugar a que todo es un juego, a enamorarte, a cantar, a ponerte vestidos bonitos y comprarte cosas. A tiritar para que te abracen, a jugar a cap pas cap, a tocarte la punta de la nariz con la lengua, a desnudarte delante suyo. Quédate sin tu arte. Incluso sin tu arte. Renuncia si quieres volver.

Que lo hago, que lo hago todo. Que es mi aire. Que solo allí respiro, mientras que aquí me aguanto la respiración para no intoxicarme con vuestra puta vida. Aún no sabeis lo que se siente cuando te levantas por la mañana, no se oye nada y se respira bien. Todavía no sabes lo que es el oxígeno, Madrid.

domingo, 1 de agosto de 2010

Vértigo

Cuando esperas tanto tiempo para algo, pensandolo cada día, cada  hora de tu vida, cuando eso que esperas está tan lejos que no puedes perseguirlo simplemente yendo hacia ello, cuando tienes razones, pero son más importantes las condiciones, y llega el momento de que todas esas circunstancias encajan, como piezas de un puzzle, te da esa indescriptible sensación de nerviosismo, intranquilidad, te muerdes las uñas mientras todos los presentes en ese tren, camino hacia tu felicidad, callan, sentados en sus respectivos asientos, leyendo, escuchando música, sin prestarte atención. Y te da por pensar. ¿Les mueve algo en la vida? ¿Cuántas personas de este tren han sacado los billetes con días y días de antelación y los han guardado con la ilusión con la que yo lo he metido en el segundo cajón de mi mesilla, sacándolo cada día y tachando horas para usarlo? No sé, supongo que muy pocas. Por lo menos una. Por lo menos yo.

El conductor sigue su camino, que probablemente haga, no voy a decir todos, pero sí muchos de sus días, hacia León. No sé si él será escritor, no sé si será un hombre de 'relleno', como denomino yo a las personas que no son capaces de ver lo que hay detrás de la piel, no sé si le gustará pensar en que su trabajo da pequeñas oportunidades a aquellos que, como yo, tienen como condición para conseguir esas razones de las que he hablado antes, un tren.

Viajamos deprisa. Soy una persona que siente vértigo en horizontal, vértigo inverso. No me mareo cuando miro para abajo, sí cuando miro al cielo. No me mareo cuando voy rápido. Me mareo cuando me da por pensar lo despacio que gira el mundo, y lo rápido que van los latidos de mi corazón. Porque, ¿por qué te vas a marear al mirar al suelo desde una altura indeterminada, considerablemente grande? Ves el suelo, ves dónde está el límite. Pero, si miras al cielo por la noche, y ves los diminutos puntos brillantes, que también podría llamarlos estrellas si no pretendiera escribir poéticamente, y piensas: 'no doy para más. El sentido de la vista no es suficiente para ver dónde está el final de todo esto. El del tacto no me deja sentir el aire cuando está inerte, es como si no hubiera nada. Por mucho que grite, allí arriba ni siquiera sabrían de mi existencia. Y yo, aquí abajo, tengo kilómetros de aire aplastándome, ralentizando mis movimientos. Pegándome al suelo.' Eso da vértigo.

Y cuando piensas, por poner un ejemplo, lo lejos que está el continente más cercano desde Madrid capital, y recapacitas: 'Por muchos pasos que de, por muy rápido que lo haga, me cuesta la vida, literalmente, atravesar el océano y seguir andando hacia, por poner un ejemplo, Conetica.' Eso da vértigo. Mucho.

Así que, llegaré a León, desharé la maleta, y el vértigo que siento durante todo el año, desaparecerá. Porque ya no tengo que contar los kilómetros que me matarían si tuviera que moverme hasta Madrid por mis propios medios. No lo echo de menos, no quiero volver.